Olvídate del crol y enseña a tu hijo a flotar
May 26, 2020
Los primeros contactos de un niño con el agua son mucho más importantes de lo que imaginamos. De esa experiencia puede depender que tenga miedo a meterse en una piscina o que entre en pánico cada vez que no hace pie, pero también que disfrute como nadie saltando las olas o tirándose de cabeza desde un trampolín. «Muchas veces los padres e incluso algunos monitores se empeñan en meterlos en el agua a toda costa y es fundamental que respetemos los tiempos de cada niño», recomienda Aitor Santisteban, profesor del grado de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte de la Universidad de Deusto.
Lo primero y fundamental es que los más pequeños tengan una relación natural con el agua. Que se acerquen a ella poco a poco, que la toquen, que salpiquen... En definitiva, que experimenten. «No podemos forzarlos a que metan la cabeza debajo del agua a los diez minutos de entrar en la piscina como si nada. Algunos lo harán sin mayor problema, pero otros bastante tienen con sentarse en el bordillo y chapotear con los pies», reflexiona Santisteban. Porque muchos traumas de los niños con el agua vienen precisamente de esas primeras tomas de contacto.
Otro de los errores que se suelen cometer –sobre todo a partir de los tres o cuatro años– es querer que los pequeños aprendan a nadar a toda costa, «cuando lo realmente importante es que aprendan a flotar. La técnica ya la aprenderán. Tienen años por delante para hacerlo, mientras que la fase de flotación es básica y se debe invertir tiempo y paciencia en ella», coinciden los profesionales. No cabe duda de que uno de los mayores miedos de cualquier padre es que su hijo se caiga a una piscina y se ahogue, por eso muchas veces se fuerza el aprendizaje. «Si tenemos que quedarnos en el borde de la piscina con el niño seis días seguidos porque no quiere entrar en el agua, lo mejor es que nos quedemos. Es preferible eso y que cuando el pequeño decida entrar lo haga convencido a meterlo de golpe y que ya no quiera ver el agua en todo el verano. A veces el saltarnos un paso nos hace retroceder dos», razona Santisteban, con una amplia experiencia como monitor de natación a sus espaldas.
Una estrategia que suele funcionar muy bien con los más pequeños es ir acercándolos a la piscina poco a poco. Jugar con ellos cada vez más cerca del agua y después que uno de los padres se meta dentro. Se puede sentar al niño en el bordillo y jugar a salpicarse, chapotear... «Al principio es mejor que no lleven gafas, ni manguitos, ni burbuja. Tienen que notar el agua, ser conscientes de que se hunden, que molesta en la cara si te salpican», explica. Lo ideal es empezar en una piscina donde los críos hagan pie y que reproduzcan dentro del agua los mismos movimientos que hacen fuera tipo andar, correr, saltar o dar giros... Si no tocan el fondo es bueno que empiecen a flotar en vertical. Se puede hacer colocando un churro de piscina entre las piernas del niño, por ejemplo. «Hacerlo así les da seguridad y facilita la transición a la posición horizontal, donde también se pueden usar tablas o almohadillas como ayuda. Estos ejercicios son básicos para que aprendan a flotar y es bueno que se insista en ellos», recomienda.
El siguiente paso es un momento temido por muchos: meter la cabeza debajo del agua. «En realidad le damos más importancia los mayores que los niños. Lo que debemos evitar siempre es hundirlos a la fuerza o decirles que se tapen la nariz. Eso nunca. Un buen recurso es tirar un juguete al fondo y jugar a buscarlo. Primero lo hacemos nosotros y seguro que el pequeño nos sigue. No le va a pasar nada. Muchas veces se agobian porque nos ven agobiados a nosotros». Si son muy bebés podemos soplarles en la cara justo antes de meterles bajo el agua para que el niño inspire y mantenga la respiración (reflejo de apnea), aunque lo suelen hacer de forma automática.
Con el pijama puesto
Una de las técnicas que se enseña en algunas piscinas para evitar ahogamientos desde muy pequeños es la conocida como ISR, por sus siglas en inglés (Infant Swimming Resource). Los bebés cuando caen al agua siempre suben a la superficie, así que en realidad lo que aprenden es a darse la vuelta para quedar siempre boca arriba y a mantener una respiración pausada hasta que llegue ayuda. Esta técnica, que se recomienda practicar siempre con la ayuda de un profesional, también tiene sus detractores por considerar que puede resultar traumática. Al margen de la polémica, se trata de una maniobra pensada para salvar la vida de los más pequeños en caso de una caída accidental a la piscina. Por eso muchas veces se practica con los niños vestidos. «Se les pone un pijama o cualquier otra ropa para que sea lo más real posible y aprendan a salir a flote en cualquier circunstancia», precisa Santisteban.
Ayudarles a mantener la calma dentro del agua es fundamental. «El miedo te ayuda, pero el pánico te bloquea y hace que te hundas», razona el monitor y profesor de Deusto. Al contrario que las personas mayores, los niños no deben recibir demasiadas indicaciones. «Todo tiene que ser un juego, porque basta que les digas que no hagan algo para que hagan todo lo contrario Tenemos que evitar expresiones tipo ¡no saltes! ¡cuidado! Hay que estar siempre vigilantes, pero sin atosigarlos. Sin embargo, con los adultos es al revés. Necesitan instrucciones muy claras para aprender a nadar», concluye.